Corazón por huella

Mi padre fue palomeando pendientes en la vida de cualquier hombre. Por ejemplo, tener un perro. Yo tenía unos 10 años y fui con Richard al parque del Eje 6. Ese día encontramos una bolsita con mota y regresamos corriendo ante la inminente lluvia. Se la quedó él y quién sabe qué hizo con ella. Frente a mi casa, a la sombra del camión abandonado, estaba la Noba. Famélica y a sus pies tres perros muertos. Sus cachorros.

Papá hay una perra allá enfrente. Y está lloviendo. Papá papá. O que la chingada. Me tomó del brazo y fuimos por la Noba. Se resistió y logramos meterla a casa. Desde el primer día ya era la perra más fiel del mundo. Me inicié en los perros callejeros. De su primer camada todos murieron, pero de la segunda todos se lograron. Fue Toby el responsable.

¿Pero quién era Toby? Un Husky reluciente y soberano en el patio de la casa. Con collar y placa. No me lo crean pero en algún momento, en algún lugar, se enamoró de la Noba. Sus dueñas, unas güeras súper educadas y atléticas vinieron por él. Mas el Toby regresó. El Toby amaba a la Noba y no había poder perruno capaz de modificar ese sentimiento. Las güeras nos lo dejaron y el Husky fue la envidia del barrio. Qué perro hermoso.

Así que mi padre palomeó ese pendiente. Iba yo a las tortillas con la Noba, el Toby, y sus hijos. Dylan, la Osa, Lucas. Eran parte de mí, en todo momento. Y en ese amor a los perros me eduqué. Acaso no quiero recordar su muerte. Pero esos perros dejaron un corazón por huella. Para siempre.

Fotografía: Alan Schaller